En una entrevista concedida a Televisión Española el 9 de febrero de 1985, dentro del programa Informe Semanal, el difunto rey Hassan II de Marruecos pronunció una frase que aún hoy resume con lucidez siglos de historia compartida:
“La vecindad entre Marruecos y España es una suerte… y también una desgracia.”

Con esas palabras, el monarca marroquí sintetizaba la paradoja de dos países que, separados apenas por catorce kilómetros de mar, comparten un pasado entrelazado y un destino que, a menudo, parece común. La proximidad ha sido fuente de oportunidades y de tensiones, de intercambios fecundos y de heridas que todavía duelen.
Desde el Ándalus hasta nuestros días, la historia ha tejido un vínculo profundo entre las dos orillas. España dejó huellas imborrables en el norte de África. Las murallas de Tetuán o las montañas del Rif conservan todavía ecos del exilio morisco, de aquellos españoles que llevaron su lengua, su música y su saber a la otra orilla. Pero también pesan los episodios oscuros, la guerra de Tetuán en 1859, el protectorado 1912-1956, las heridas coloniales, las tensiones por Ceuta y Melilla o el efímero conflicto de la isla de Perejil en julio de 2002.
Y, sin embargo, pese a los desencuentros, los pueblos de ambos lados del Estrecho se reconocen. Comparten una manera de sentir, un temperamento abierto y hospitalario, un amor común por la palabra y por la vida, y también obstinación y terquedad.
Los marroquíes que cruzaron el mar en busca de trabajo y nuevas oportunidades en España no solo lograron integrarse con esfuerzo y dignidad, sino que también se convirtieron, con el tiempo, en un verdadero puente humano entre las dos orillas. A través de su presencia, su trabajo y su vida cotidiana, muchos españoles han empezado a descubrir un Marruecos cercano, familiar, y profundamente ligado a su propia historia. Estos emigrantes han abierto caminos de comprensión mutua y han contribuido a que los dos pueblos se reconozcan en su diversidad y en sus afinidades compartidas.
Pese a los intentos de una minoría racista por distorsionar esta realidad o convertir la migración en un motivo de división, lo cierto es que la experiencia marroquí en España se ha transformado en una historia de encuentro, de cultura compartida y de reconstrucción de esa parte que faltaba de cada uno en el otro.
Hoy, la relación parece entrar en una etapa más madura. La emigración ya no es solo un problema social, se convierte en un puente humano que transporta valores, riqueza y desarrollo en ambas orillas. El comercio, la inversión y la cooperación energética crecen a ritmo acelerado. La organización conjunta del Mundial de Fútbol de 2030, el proyecto del túnel bajo el Estrecho y las alianzas en materia de energías renovables y transporte auguran un futuro de colaboración y prosperidad compartida.
Quizá el destino de España y Marruecos no sea enfrentarse, sino complementarse. Tal vez el Mediterráneo deje de ser frontera y vuelva a ser puente, como lo fue durante siglos. Si ambos pueblos logran superar prejuicios y rivalidades, podrían convertirse en una verdadera potencia regional, un ejemplo de nuevas relaciones – poscolonial- entre Europa y África.
¿Será posible? ¿Se hará realidad la profecía de Hassan II?. Podrá la historia, por una vez, ser aliada y no juez?
Pronto lo sabremos.