La reciente resolución 2797 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre el Sáhara Occidental ha consolidado una tendencia diplomática que, aunque se venía gestando desde hace años, ahora adquiere una dimensión histórica, el respaldo cada vez más amplio al plan marroquí de autonomía como la única solución política realista, viable y duradera para el conflicto. En este contexto, el giro español a favor de dicha propuesta no solo ha alineado a Madrid con la posición de sus principales aliados occidentales, sino que ha abierto la puerta a una nueva era de cooperación estratégica con Marruecos y Estados Unidos.
El reconocimiento por parte del Gobierno español de que el plan de autonomía marroquí representó en su día “la base más seria, creíble y realista” para una solución definitiva al conflicto, y ha supuesto una inflexión profunda en la política exterior de España hacia el Magreb. Lejos de ser un gesto aislado, esta decisión responde a un cambio estructural en la lectura geopolítica de la región, la estabilidad frente a la fragmentación, cooperación frente a la confrontación.
La resolución 2797 refrenda hoy y con claridad esta línea al reforzar la centralidad del proceso político auspiciado por Naciones Unidas, rechazando implícitamente cualquier opción rupturista que conduzca a la creación de un microestado inviable y potencialmente manipulado por potencias extrarregionales. España, consciente de los riesgos que conlleva un vacío de poder en su vecindad sur, ha optado por una visión pragmática que prioriza la seguridad y la integración económica.
El alineamiento de Madrid con Rabat se sostiene sobre intereses profundamente compartidos, desde el control de los flujos migratorios, la lucha contra el terrorismo en el Sahel, hasta la cooperación energética y desarrollo de infraestructuras transmediterráneas. La resolución 2797 refuerza el marco jurídico y diplomático que legitima esta colaboración.
Para España, el acercamiento a Marruecos no solo supone un ejercicio de realismo, sino también una oportunidad para reforzar su influencia en el triángulo estratégico Madrid–Rabat–Washington. Estados Unidos, principal valedor del plan de autonomía marroquí desde la administración Trump y mantenido por la de Biden, valora el papel de España como socio europeo capaz de articular consensos entre la Unión Europea y el Magreb. En esta arquitectura, Madrid puede desempeñar un papel decisivo en la consolidación de un eje atlántico de estabilidad y prosperidad.
Pese a la confrontación política interna, el Partido Popular ha dado señales de continuidad en lo esencial. Aunque ha criticado la gestión unilateral del Ejecutivo, no ha planteado revertir el fondo de la posición española sobre el Sáhara. Esta cautela refleja la asimilación, por parte de la derecha española, de la dimensión estratégica que el conflicto tiene para la seguridad nacional y las relaciones con Estados Unidos. En última instancia, el PP hará lo que dicta el marco transatlántico, seguir la línea de Washington.
Por su parte, la izquierda radical, antaño abanderada del discurso autodeterminista, ha optado por un silencio cada vez más elocuente. La evidencia de que un mini estado saharaui sería inviable —y fácilmente instrumentalizable por actores no alineados— ha debilitado las viejas consignas y favoreció una visión más realista, en la que la autonomía bajo soberanía marroquí se presenta como la única salida pragmática.
España se prepara, así, para desempeñar un papel de bisagra en un espacio geopolítico en reconfiguración. El fortalecimiento de los vínculos económicos y de seguridad con Marruecos coincide con una creciente interlocución con Washington, que ve en la alianza hispano-marroquí un instrumento para reforzar la estabilidad del Mediterráneo occidental y contener las tensiones en el Sahel.
El giro español, lejos de ser una concesión coyuntural, se inscribe en una estrategia de largo plazo, en contribuir a la solución del conflicto saharaui dentro de los marcos de la legalidad internacional, promover la estabilidad regional y afirmar el papel de España como potencia de equilibrio en el eje atlántico-mediterráneo. La resolución 2797 marca, en ese sentido, no un punto final, sino el inicio de una etapa donde el pragmatismo y la cooperación definen el nuevo consenso.
En definitiva, el reconocimiento internacional del plan de autonomía no solo fortalece la posición de Marruecos en el tablero internacional, sino que también reafirma la madurez de la diplomacia española. Frente a la utopía de una independencia imposible, España ha elegido la senda del realismo estratégico, ha optado por la estabilidad, la cooperación y un papel protagonista en el triángulo Madrid–Rabat–Washington.





