El Gobierno de España ha decidido abrir una de las páginas más sensibles de su historia reciente: los documentos hasta ahora clasificados sobre la época colonial y, en particular, sobre la retirada del Sáhara Occidental en 1975. Este gesto, enmarcado en la nueva Ley de Información Clasificada, no es solo un ejercicio de transparencia democrática, sino también una maniobra con importantes derivadas diplomáticas. Y, entre todos los actores implicados, Marruecos podría ser el gran beneficiado.

La memoria oficial de aquella retirada se ha mantenido envuelta en un velo de secretismo. El Acuerdo Tripartito de Madrid, la presión internacional, el papel de Estados Unidos, el ejército español y el recién proclamado rey Juan Carlos I se entremezclan en un episodio que marcó el fin del colonialismo español y el inicio de un conflicto aún sin cerrar. Pero con la apertura de los archivos, existe la posibilidad real de que aflore evidencia documental que respalde, aunque sea de forma indirecta, la narrativa de Rabat, que España, en 1975, reconoció de facto el derecho de Marruecos a recuperar su Sáhara.
Si estos documentos confirman —explícita o implícitamente— que el Estado español asumió aquel proceso como una cesión política más que como un abandono caótico, Marruecos tendría un argumento más para fortalecer su posición internacional. Quizás no se trataría de un reconocimiento jurídico en términos de Naciones Unidas, pero sí de una validación histórica que, en el terreno diplomático, suele pesar tanto o más.
De hecho, este proceso de desclasificación llega en un momento de cercanía sin precedentes entre Madrid y Rabat. Tras años de tensiones, ambos gobiernos han entrado en una fase de cooperación pragmática, control migratorio, inversiones, interconexión energética y coordinación en la lucha antiterrorista. En ese contexto, la publicación de documentos que refuercen la versión marroquí de la historia podría convertirse en un pilar adicional de confianza mutua.
Por supuesto, no todo es lineal. Si los papeles revelan contradicciones, dudas o compromisos incumplidos por parte de España, también podrían abrir heridas latentes. Y no debe olvidarse que Argelia y el Frente Polisario estarán atentos a cualquier detalle que pueda interpretarse como un respaldo indirecto a Marruecos. Pero incluso ese riesgo refuerza la importancia estratégica de la transparencia. En este caso, Marruecos podría presentarse como el actor que más gana en legitimidad frente a sus adversarios.
En definitiva, la desclasificación de los secretos del Sáhara Occidental Marroquí no es solo un ajuste pendiente con la historia española. Es, también, una oportunidad para que Marruecos consolide su soberanía en la narrativa internacional y afiance su relación privilegiada con Madrid.
La política exterior, al fin y al cabo, se construye tanto con hechos presentes como con los documentos que nos recuerdan cómo llegamos hasta aquí.