Con esta serie de artículos de opinión, CHAMALPOST abre un espacio para el análisis crítico, la reflexión profunda y el debate informado sobre los temas que marcan nuestro tiempo. Bajo el título “Con Acento Iberico”, esta columna ofrecerá una mirada independiente, comprometida y diversa sobre los asuntos políticos, sociales, culturales y económicos que nos atraviesan, tanto a nivel local como global.
Cada entrega será una invitación a pensar, a cuestionar lo establecido y a imaginar alternativas. No buscamos ofrecer respuestas definitivas, sino contribuir a una conversación más amplia, honesta y necesaria.
Bienvenidos a este espacio de palabra libre con “CHAMALPOST”, donde el pensamiento no se acomoda, más bien se mueve.
Abdelhamid Beyuki

Las relaciones entre España y Marruecos se caracterizan por una larga y compleja historia de encuentros, conflictos, intercambios culturales y cooperación. Desde la Edad Media hasta la actualidad, ambos países han compartido un destino entrelazado en el contexto del Mediterráneo occidental.
Siempre me ha fascinado la relación entre España y Marruecos. No solo por su proximidad geográfica, sino porque ambos países comparten una historia común tan profunda como compleja, tejida a lo largo de más de mil años. Todo empezó, o al menos así nos lo enseñaron , en el año 711, cuando las tropas bereberes y árabes cruzaron el Estrecho de Gibraltar y dieron inicio a la conquista de la península ibérica. Aquel momento marcó el nacimiento de al-Ándalus y con él, siglos de convivencia, intercambio cultural y también conflictos.
A medida que los reinos cristianos del norte avanzaban en la “Reconquista “, los vínculos con el norte de África no desaparecían; solo cambiaban de forma. Ya en los siglos XV y XVI, con la toma de ciudades como Melilla y Ceuta, España comenzó su expansión por la costa marroquí. Aquellas conquistas no fueron bien recibidas por los sultanatos marroquíes, y las tensiones fueron creciendo con los años.
Uno de los episodios más significativos que me viene a la mente es la Guerra de Tetuán, allá por 1859. España, alegando ataques a sus enclaves, declaró la guerra al sultanato de Marruecos. Las tropas españolas llegaron a ocupar la ciudad de Tetuán, y el conflicto terminó con el Tratado de Wad-Ras. Marruecos se vio obligado a pagar una fuerte indemnización y conceder ventajas a España. Fue una victoria militar que dejó cicatrices diplomáticas duraderas.
En el siglo XX, las cosas se volvieron aún más complejas. España estableció un protectorado en el norte de Marruecos en 1913, mientras Francia hacía lo propio en el resto del país. Muy celebre fue la resistencia feroz en el Rif, la primera liderada por Cherif Amezian, y la segunda liderada por Abdel-Krim, un movimiento que mostró al mundo que Marruecos no se rendía fácilmente. Con la independencia en 1956, España fue devolviendo algunos territorios, aunque mantuvo otros como Ceuta y Melilla, lo que aún hoy sigue generando tensiones. Y cómo no mencionar el Sáhara marroquí, un tema espinoso que sigue marcando la política exterior de ambos países.
Aun así, y pese a todos estos momentos difíciles, no se puede negar que en las últimas décadas ha habido un esfuerzo real por construir puentes. Hoy, España y Marruecos colaboran en áreas clave: comercio, seguridad, migración, educación. El intercambio es constante y en aumento, y la comunidad marroquí en España se ha convertido en un lazo humano que une más que separa.
Miro hacia adelante con esperanza. Veo que hay oportunidades en campos como la tecnología, la formación de jóvenes, el turismo o la sostenibilidad ambiental. La historia compartida puede ser una base sólida si sabemos gestionarla con respeto y visión. Y aunque los desafíos no desaparecen —las fronteras, las disputas territoriales, los intereses políticos—, tengo la sensación de que hay más razones para cooperar que para confrontar. Tal vez, con voluntad y diálogo, España y Marruecos puedan demostrar que dos países con un pasado tan entrelazado también pueden construir juntos un futuro ejemplar.